En La Tierra para todos, reconocidos expertos plantean cinco cambios sistémicos para revertir y evitar los efectos devastadores del calentamiento global.
Por Gonzalo del Castillo, para La Nación.
El 17 de noviembre de 2023, el clima de la Tierra superó, por primera vez en los últimos 10.000 años, los 2º centígrados de aumento de temperatura por encima de los niveles preindustriales. Ese mismo año fue el más cálido registrado, con una temperatura media global 1.45°C por encima del nivel preindustrial, muy cerca del límite físico de 1.5ºC establecido en el Acuerdo de París para evitar los impactos más devastadores del cambio climático.
Quien culpe a El Niño de esta catástrofe debe saber que las mediciones también corroboran la misma tendencia si analizamos los datos a nivel decadal: el último decenio fue el más caliente jamás registrado.
"Lo que la ciencia esperaba que sucediera en 50 años, está sucediendo hoy. Pero no lo queremos ver."
Para quienes estamos abocados a la crisis climática y ecosistémica, resulta agotador –aunque indispensable– remitirnos a las bases científicas y a los datos duros. Hace décadas que lo hacemos, sin lograr alcanzar los objetivos deseados: un despertar de la conciencia sobre los desafíos en ciernes y una consecuente acción sistémica ante ellos.
Lo irónicamente positivo es que cada vez se requiere menos validar científicamente el escenario, dado que la validación la impone la misma realidad: la expansión de vectores (como el dengue o la chicharrita), las olas de calor y las temperaturas impías (superiores a los 60ºC), los incendios forestales, las sequías y deshielos sin precedente o los temporales que anegan ciudades enteras, entre muchos otros efectos, son la nueva normalidad que afecta a la mayor parte de la humanidad.
Lo que la ciencia esperaba que sucediera en 50 años, está sucediendo hoy. Pero no lo queremos ver.
Tampoco lo quisimos escuchar cada vez que la ciencia lo advirtió. Como cuando en 1972, el Club de Roma publicó, por primera vez, el informe “Los límites del crecimiento”, encargado al Instituto Tecnológico de Massachussets. En él, utilizando modelos computacionales y dinámica de sistemas, se advirtió sobre el crecimiento insostenible y sus consecuencias, subrayando la finitud de nuestro planeta. El Informe remarcó la urgencia de repensar nuestros modelos de desarrollo y de generar cambios profundos hacia la sostenibilidad global, antes de que desequilibrios en los ecosistemas y la escasez de recursos forzaran un colapso –dentro de los 100 años posteriores a la publicación del informe–, con una caída abrupta de la población y el bienestar humano.
El enfoque sistémico de aquel informe, su respaldo académico, su modelo computacional y su visión matematizable del mundo le confirieron el peso necesario para habilitar un debate que, lo sabemos ahora, se erige como el más relevante y urgente que alguna vez haya tenido que dar la especie humana.
Han transcurrido 50 años desde entonces. Hoy podemos aseverar, con resignación, que el Club de Roma tenía razón. Nos encontramos al borde del colapso proyectado: con 6 de los 9 límites planetarios definidos por el Instituto de Resiliencia de Estocolmo abrumadoramente sobrepasados; con el clima de la Tierra superando todos los registros conocidos, augurando el fin del Holoceno y el inicio de una nueva era signada por un cambio climático probablemente desbocado; atravesando la ya desencadenada sexta extinción masiva en nuestro planeta; enfrentando la escasez creciente de recursos y servicios ecosistémicos esenciales para el funcionamiento de nuestras sociedades modernas.
"La solución, entonces, debe ser alternativa: proponer un modelo para un futuro deseable en el que la igualdad, la participación social y la satisfacción de las necesidades básicas sean garantizadas para el conjunto de la humanidad"
A pesar de sus aciertos, el Informe nunca dejó de ser un modelo prospectivo que, en su base, ignoraba –o parecía ignorar– que los diversos modos de proyectar el futuro, de modelar sus eventuales florecimientos o colapsos, responden en gran medida a preconceptos, a formas determinadas y heredadas de ver, entender y habitar el mundo. En suma, a las cosmovisiones sobre las que se fundan, que no solo condicionan la aparente objetividad de los futuros proyectados, sino que hasta los determinan.
Un hombre lleva un cubo de plástico a través del lecho agrietado de un estanque seco en la provincia de Ben Tre, al sur de Vietnam NHAC NGUYEN - AFP
Así, “Los límites del crecimiento” nunca echó luz sobre las injusticias subyacentes en el modelo de desarrollo imperante –inequitativo, consumista y sobre explotador de recursos–, que se preocupaba por un futuro colapso que, en la práctica, ya era la realidad cotidiana de cientos de millones de personas de América Latina y el Sur Global.
Propuesta global
Para estas personas, países y regiones, el camino para evitar el eventual colapso planetario devenido del agotamiento de los recursos no renovables, el aumento de la contaminación y el crecimiento poblacional, no podía entonces, ni puede hoy, consistir en detener el crecimiento económico y productivo, sin plantear primeramente una redistribución de la riqueza global, y las causas y responsabilidades reales –comunes, pero claramente diferenciadas– del agotamiento de esos recursos escasos: la maquinaria de producción y consumo de los países desarrollados, en claro detrimento de los países en desarrollo.
"El Club de Roma convocó a científicos, economistas y líderes de opinión de distintas partes del mundo a ya no solo proyectar ese futuro, sino a crearlo, mediante la conformación de un ‘movimiento de movimientos’"
Desde esta perspectiva, los límites físicos y el deterioro ambiental no son el principal problema a enfrentar, sino la consecuencia directa de un sistema basado en valores destructivos y en una injusta distribución del poder y la riqueza. La solución, entonces, debe ser alternativa: proponer un modelo para un futuro deseable en el que la igualdad, la participación social y la satisfacción de las necesidades básicas –alimentación, vivienda, educación y salud– sean garantizadas para el conjunto de la humanidad.
Conscientes de esto, a 50 años de aquella primera publicación, el Club de Roma convocó a científicos, economistas y líderes de opinión de distintas partes del mundo a ya no solo proyectar ese futuro, sino a crearlo, mediante la conformación de un “movimiento de movimientos” (personas, instituciones y gobiernos) que haga posible dar un “gran salto” hacia una civilización resiliente a través de cinco objetivos: acabar con la pobreza, reducir las grandes desigualdades, empoderar a las mujeres, transformar radicalmente los sistemas alimentarios y efectivizar la transición energética.
La tierra para todos
Este trabajo de más de 5 años se materializó en el informe La Tierra para todos. Una guía de supervivencia para la humanidad, con la coautoría de Sandrine Dixson-Declève (copresidente del Club de Roma Internacional), Johan Rockström (codirector del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, y autor principal del informe “Los límites planetarios”), Jørgen Randers (coautor del informe original de “Los límites del crecimiento”), entre otros. El libro acaba de ser publicado en español por Fondo de Cultura Económica y será presentado en la Feria del Libro.
Las propuestas disruptivas de La Tierra para todos –en ocasiones, hasta aparentemente imposibles de aplicar desde el paradigma actual–, resuenan especialmente en nuestro país y región latinoamericana. No solo por el llamado a la construcción de un modelo económico más justo y resiliente, que mida su progreso según la prosperidad de las personas y del planeta, garantizando la regeneración, conservación y uso equitativo de los bienes comunes, sino porque además entiende que este cambio, para ser sostenible y lograr reducir los índices de tensión social, debe ser dado por y desde los territorios, escuchando y respetando a las comunidades, y fortaleciendo formas colectivas y democráticas de gestión de esos bienes comunes materiales e inmateriales.
Fotografía aérea que muestra un vehículo que transita por una carretera inundada este miércoles en San Nicolás de los Arroyos, en la provincia de Buenos AiresJuan Ignacio Roncoroni - EFE
El Club de Roma Argentina, junto al Club de Roma Internacional y aliados estratégicos, iniciará el estudio y adaptación de las propuestas del Informe al contexto local. Se trabajará en la adecuación de los postulados que puedan guiar a nuestro país hacia un paradigma económico que priorice el bienestar dentro de los límites ecosistémicos locales y planetarios, haciendo foco en la interconexión entre factores socioeconómicos y ambientales para así identificar políticas que beneficien a todos, comprometidas con el cambio sistémico necesario para enfrentar los desafíos globales desde una perspectiva nacional.
En un presente de negatividad y desesperanza, en el que el colapso ambiental, la conflictividad social, las autocracias y las tensiones geopolíticas amenazan con ser el futuro excluyente de la policrisis de la modernidad, La Tierra para todos ofrece herramientas para iluminar lo contrario: un presente de cambios capaces de desencadenar ciclos virtuosos que auguren un futuro digno de ser vivido y gozado por todos.
Director Ejecutivo del Club de Roma Argentina
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