Confundimos valores con bienes y desatendemos lo esencial porque lo hemos olvidado. Las sociedades arcaicas mantenían viva esa esencia mediante los ritos de reproducción. No se negaba la linealidad histórica ni se la desconocía, pero se sabía que la integración de la realidad con el cosmos solo podía lograrse mediante la sacralización, que conllevaba una significación ontológica. El mundo era uno y sagrado.
La idea de unidad y sacralidad del mundo que regía aquellas sociedades no era científica, sino mística. En su nombre se han cometido atrocidades que nuestras sociedades modernas han logrado, en gran medida, superar. De los helenos a esta parte, el proceso de superación se debió a la transmutación de los simbolismos religiosos en ideas racionalizadas primeramente, y luego en leyes científicas que otorgaron un nuevo sentido y rigurosidad. El mundo dejó de ser sagrado. El humano se escindió de la naturaleza y la redujo a objeto o recurso. Por primera vez en la historia se producía una ruptura que signaría el derrotero de nuestro presente abismado.
En un tiempo en el que impera la hiperespecialización en el conocimiento, la ruptura de la idea de sacralidad del mundo y de unidad del ser humano con el cosmos devino el desconocimiento más primordial del funcionamiento de la naturaleza: antes que los objetos y estructuras individualizadas, lo que prevalece en la naturaleza es la interconexión sistémica de lo existente; antes que las estructuras, los procesos; antes que la linealidad, la circularidad. Antes que las partes, el todo. Hasta mediados del siglo XX, este olvido de lo esencial no tuvo impactos globales. No debido a prácticas conscientes, sino por mera falta de escala. Pero ya no podemos decir lo mismo. Nuestra civilización se ha convertido en una fuerza que pone en riesgo la estabilidad planetaria. En poco menos de 60 años, hemos destruido más del 60% de los ecosistemas naturales. Cada día somos responsables de llevar a la extinción a más de 150 especies animales: la mayor tasa de pérdida biológica desde la desaparición de los dinosaurios.
El problema no se solucionará con la creación de reservas, la reducción del consumo o la migración a fuentes limpias y renovables de energía. Porque no enfrentamos un desafío técnico o institucional, sino filosófico y conceptual. Al comprender la naturaleza como mero recurso, no nos percatamos de que nos tratamos a nosotros del mismo modo. Su desacralización conlleva la desvalorización del ser humano.
Ya no nos asombran la fecundidad del suelo, la lluvia o la diversidad biológica. Sabemos que responden a razones geofisicoquímicas que la ciencia puede explicar y que, eventualmente, también podrá manipular. El deteriorado estado planetario no llega a conmover ni a movilizar. Es un problema técnico que tendrá solución técnica. Los 200 millones de cerdos enterrados vivos en China para evitar la expansión de un virus creado por nuestro propio sistema errado, no connota una significación ética. Es solo una respuesta técnica.
Así como en el pasado las personas desistían de la acción por considerar todo como designio divino, hoy desisten por considerar que ante cualquier desafío la ciencia y la tecnología develarán las causas y revertirán los efectos. Pero al llegar a la frontera del conocimiento, siempre retornan las preguntas existenciales. Y cuando el pensamiento científico-tecnológico dialoga con el filosófico y espiritual, se ilumina nuevamente el sendero de la unidad.
En El tao de la física, Fritjof Capra llega a una conclusión basada en el derrotero de dos corrientes aparentemente contradictorias: la de la física occidental y la del misticismo oriental. Finalmente, lo que los místicos alcanzaron a comprender por la vía de la meditación, los físicos lo hicieron por la vía de la hipótesis y la experimentación: el universo es una unidad indisoluble. No existen ladrillos básicos sobre los que operar. Solo existen procesos simbiótica e infinitamente interconectados.
Tomar conciencia de esta unidad conducirá a la empatía con lo vivo y con lo real. Y a dejar atrás la visión utilitarista que signó desde sus orígenes el concepto mismo de "sustentabilidad", para dar lugar a un nuevo paradigma de desarrollo ecosistémico integral.
(Nota opinión diario La Nación -20 de mayo, 2019- del Director Ejecutivo del Club de Roma Argentina - Gonzalo del Castillo).
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