El 17 de mayo se celebra el Día Mundial del Reciclaje. El objetivo del mismo es generar conciencia acerca de la importancia de tratar apropiadamente los desechos que produce la humanidad a fin de reducir el impacto ambiental que estos generan.
*Por Ricardo Arraga Es bien conocida la propuesta ecológica que enuncia las tres “R” para representar los principales hábitos de consumo que deben cultivarse para tender hacia un modelo más sustentable: Reducir (Disminuir el consumo y el uso de productos), Reutilizar (Volver a utilizar los productos y darles una mayor utilidad), Reciclar (Implica la transformación de los residuos en nuevos productos, aminorando la producción de nuevos materiales).
Sin embargo, lo cierto es que actualmente la basura es una problemática a nivel global. Su disposición incorrecta acarrea problemas para el ambiente y la salud de la población que van desde la proliferación de vectores de enfermedades hasta la severa contaminación del agua, tierra y aire. El incremento poblacional y el aumento de la cantidad de Residuos Sólidos Urbanos (RSU) generados per cápita empeoran esta situación. El crecimiento acelerado del volumen de residuos que generamos es consecuencia directa del estilo de producción y consumo actual. La economía globalizada tiene como principal objetivo maximizar la ganancia y en el proceso atraviesa crisis cíclicas por sobreproducción. Esa misma desmesura atenta contra la prosperidad de nuestra casa común y de la propia humanidad. En el pasado, cuando surgía una necesidad, se buscaba la forma de satisfacerla; actualmente se generan artículos y luego se inventan necesidades para lograr que el consumidor los adquiera. El consumo indiscriminado de productos ha provocado que se incremente la cantidad y peso de los desechos sólidos, como el plástico, las latas, el papel y el cartón que se emplean en envases y envolturas. La expansión de los estándares de vida de la cultura occidental implica costos sociales y ambientales devastadores. Como contracara de esta lógica de derroche de recursos nos encontramos con que cada vez un mayor porcentaje de la población mundial se encuentra en una situación de pobreza estructural. Desde el desarrollo de la Revolución Industrial hasta la actualidad, los niveles de contaminación en el mundo han crecido a un ritmo exponencial. El aumento de la concentración de gases de efecto invernadero, la deforestación, la desertificación, la acumulación de toneladas de residuos, la polución del aire, la presencia de micro plásticos en los océanos y la presencia de metales pesados en cursos de agua son solamente algunas de las problemáticas ambientales que se desprende de esta etapa. Aunque en ocasiones las consecuencias de estos actos parecen lejanas, como puede suceder con el derretimiento de glaciares en la Antártida, algunos efectos de este crecimiento desmesurado se presentan en nuestro día a día. Particularmente en nuestro país existe una enorme deuda ecológica y social en relación al manejo de la basura. Provincias enteras no cuentan con ningún relleno sanitario, hay cientos de basurales a cielo abierto y miles de familias viven a expensas de la venta de materiales que buscan en los basurales sin ningún tipo de medida de higiene y seguridad. Según datos de 2019, en el área metropolitana de Buenos Aires, se generan 21.000 toneladas diarias de residuos. El experto en residuos Francisco Suárez, antropólogo e investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento plantea que en promedio cada habitante de Argentina genera más de un kilo de basura por día. Esto ha generado que haya aproximadamente 5.000 basurales a cielo abierto en todo el país, un dato preocupante por donde se lo mire.
Los efectos de esta acumulación de basura son varios. Cuando los residuos se pudren generan lixiviados, liberan gases potencialmente explosivos que contaminan el aire, atraen vectores de enfermedades y en muchos casos provocan incendios. Por otra parte, cuando llueve el agua atraviesa los residuos arrastrando algunas sustancias hacia el subsuelo con el riesgo de que ingresen a la napa freática. A su vez, los ríos también son víctimas de la contaminación ya sea por residuos industriales o domiciliarios. La Organización Mundial de la Salud ha estimado que anualmente mueren 85 niños por la contaminación en el aire.
Todas estas situaciones nos invitan a reflexionar y tomar acciones para realizar un cambio que mejore la calidad de vida de los habitantes de nuestro país, en especial en las zonas más humildes, donde sufren las peores consecuencias.
Cabe destacar que, dentro de los residuos, existe una fracción reutilizable que cuando no se separa se convierte en basura. Deben destinarse esfuerzos para consolidar sistemas de gestión integral de residuos que propongan alternativas que se encuentren en línea con los objetivos de desarrollo sustentable y sean ideados desde una perspectiva que fomente el reciclado con inclusión social. Sin lugar a dudas, un enclave estratégico para pensar en un modelo posible reside en prestar atención al mundo natural. La biomímesis es la ciencia que estudia a la naturaleza, como fuente de inspiración de tecnologías innovadoras, para resolver aquellos problemas humanos que la naturaleza ha resuelto, a través de modelos de sistemas (mecánica) o procesos (química), o elementos que imitan o se inspiran en ella. Analizando la problemática de la basura desde este enfoque observamos que en la naturaleza nada se desperdicia, todos los flujos de materia y energía son cíclicos, los diversos compuestos retornan al ciclo (se re-cicla). La economía circular es un modelo de producción y consumo que implica compartir, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para crear un valor añadido. De esta forma, el ciclo de vida de los productos se extiende. La economía circular debe ser un pilar de transformación fundamental para poder avanzar en un cuidado del real del ambiente. El actual modelo de producción, lineal, solo conduce al agotamiento de los recursos naturales, con el consiguiente deterioro de nuestro medio. En la actual crisis civilizatoria y tras una mayor demanda de la sociedad para que las empresas tengan una mayor consciencia social y ecológica, algunas de las compañías más importantes a nivel global empezaron a avanzar hacia un modelo circular de negocio. Estos modelos apuntan a eliminar los desechos y promover el uso continuo de recursos, por lo que es clave transformar los ciclos productivos actuales. Las empresas que han apostado por estas iniciativas en vez de aumentar sus costos han recogido múltiples beneficios, como ahorros en costos energéticos y operativos (dado que en el proceso de manufactura, usar materiales crudos a partir de productos reciclados -y no de materiales vírgenes- requiere menor gasto energético), una mayor contribución al crecimiento del mercado laboral (ya que a diferencia de otros procesos productivos de mayor automatización, las actividades de reciclaje requieren de una mano de obra intensiva), el reconocimiento como negocio consciente y sustentable (importante porque los consumidores valoran aquellos negocios que se preocupan por el medio ambiente y por minimizar la huella de carbono) y un mayor empoderamiento de los consumidores (quienes conocen mejor el impacto ambiental de los productos que consumen, lo cual les permite tomar decisiones más informadas).
La pandemia generada por el COVID brindo un escenario donde sectores importantes de la población, se acercaron a la problemática ambiental y comenzaron a valorar más a aquellas industrias y comercios que poseen prácticas sustentables.
A su vez, suscitó un debate en torno a cuáles actividades son consideradas “esenciales” y por lo tanto merecían tener una autorización para circular a pesar de la cuarentena. Al principio la recolección de residuos y las cooperativas y empresas de reciclaje no fueron contempladas pero la realidad y las discusiones llevaron a que rápidamente fueran incluidas. Sin ir más lejos, el escenario actual favorece la creación de Empleos Verdes (aquellos relacionados con servicios ambientales). Es hora de un cambio de paradigma que jerarquice el reciclado y recuperación de RSU con inclusión social, entendiendo la valiosa tarea que brinda por su impacto ambiental, sanitario, social y económico en los sectores más desprotegidos.
En este momento existen dos proyectos de Ley presentados en el Congreso Nacional vinculados al reciclado. Por una parte, hay una propuesta de una Ley de Envases con Inclusión Social que busca establecer estándares mínimos para la gestión de envases, su reutilización, valorización y reciclado; además de su reducción en la fuente de producción y el transporte hacia una disposición final adecuada. La norma, además, busca un cambio de paradigma de producción y consumo. Por otra parte, existe un proyecto de plásticos de un solo uso. El objetivo es regular, reducir, sustituir y prohibir de manera progresiva los productos plásticos de un solo uso como sorbetes, revolvedores de café, vasos, entre otros descartables, a fin de fomentar la transición a una economía circular y así reducir la generación de residuos.

A pesar de todos los esfuerzos por reducir los efectos de la contaminación, pensar en un impacto ambiental nulo es imposible. Toda actividad antrópica genera un impacto sobre el medio. Apostemos a minimizar los impactos negativos y reforzar los positivos desde una perspectiva regenerativa. Reconocer los límites del crecimiento nos lleva a alentar la lógica de la economía circular y el reciclaje como respuesta defensiva al colapso inminente al que se enfrenta la civilización occidental.
*Ricardo Arraga es Ingeniero ambiental, activista socioambiental y colaborador de la Fundación Club de Roma.
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