El Papa Francisco
- Silvia Zimmermann del Castillo
- 21 abr
- 3 Min. de lectura
Hoy, el mundo parece estar más solo y más desprotegido frente a las amenazas de sus propias miserias. El papa Francisco ha muerto.Tuve el alto honor de conocerlo y de tratarlo. Fue mi compatriota, mi Papa y mi amigo espiritual. Es muy hondo el vacío que deja su partida.

Francisco puso toda su vida al servicio de los más necesitados: los pobres, los marginados, los enfermos de cuerpo y mente, los perseguidos. Salvó a muchos argentinos de los horrores de la dictadura. Dio su propio plato de comida a quienes no tenían pan. Muchas familias accedieron a la casa propia, gracias a la ayuda que recibían de este hombre que les acercaba su propio sueldo. Vivió siempre con simplicidad. Nunca aspiró a la riqueza, ni a homenajes y reconocimientos, ni al poder. Llevó esa simplicidad al Vaticano. Eligió habitar en Santa Marta y no en el Palacio Pontificio.
Algunos miembros del Club de Roma, fuimos testigos de la frugalidad de sus cenas. Fue en 2017, cuando fuimos alojados en su lugar de residencia, en ocasión de la Conferencia del Agua, Watershed, que organizamos conjuntamete con el Vaticano. El llegaba al austero restaurante de Santa Marta y con sus propias manos tomaba una manzana, llevaba su plato a la mesa y vertía agua en su vaso.
En la Plaza San Pedro, presentó la Conferencia del Agua y nombró al Club de Roma, y volviéndose hacia nosotros, nos dedicó una sonrisa. Dos años antes de ese encuentro que nos enorgullece, había dado al mundo su segunda encíclica: Laudato si ( Alabado seas ) dedicada a nuestra casa común: la Tierra. En ese documento histórico, Francisco llama a asumir la responsabilidad que tenemos los seres humanos de cuidar la naturaleza, la vida animal, el aire, el agua.
En el capitulo 4, el centro de la encíclica, propone una ecología integral como nuevo paradigma de justicia; una ecología “ que incorpore el lugar central del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea”. Francisco comprendía el vínculo y la estrecha interacción entre cuestiones ambientales, sociales y humanas. No son compartimentos estancos, ni habrá verdaderas soluciones hasta que no se aborde la problemática de la vida en forma integral.
Todo hacía a su interés, a su trabajo y a su desvelo: la naturaleza y la destrucción a la que la someten la arrogancia y la codicia, el ser humano y su sufrimiento, el medio ambiente y su degradación, la política y la infamia de la guerra, la educación y los que no acceden a ella, el arte, la literatura ( era un lector impenitente), las ciencias, la tecnología. El conocimiento por amor, no por posesión de poder. Amaba a todos y no juzgaba a nadie: “quién soy yo para juzgar?” Buscó con ansia el diálogo interreligioso y con admirable entereza encaró reformas en el seno de la misma Iglesia que habrían sido impensables.

Su proximidad propagaba alegría y esperanza :“la esperanza que abre horizontes, nos hace soñar lo inimaginable y lo realiza”. Fue un amigo del Club de Roma. Hoy, es una inspiración, una luz que iluminará nuestra marcha por este camino que debemos transitar en tiempos de sombras e incertidumbre.
Que en Paz Descanse.
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